La Puerta (reflexiones de José Luis Rondán)

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José Luis Rondán (Foto: El Espectador)
José Luis Rondán (Foto: El Espectador)
Es éste un elemento altamente simbólico por lo que representa la posibilidad o no de acceder, de ingresar o egresar de un sitio dado develando un determinado misterio.
Generalmente la identificamos como el elemento que permite el pasaje de un estado a otro, es de alguna forma el nexo entre dos mundos, entre dos universos, uno conocido y otro a conocer.
Algunos autores determinan que la puerta es un símbolo con un alto componente femenino por lo que implica el agujero, la posibilidad de entrar o salir variando por tal acceso el estado anterior; afuera, adentro, antes, después. La puerta es por donde se permite el pasaje, la trasposición, en contraposición al significado del muro, elemento del cual hablaremos en otra oportunidad.
Cuando veo a un mendigo dormitando junto a un portal, no sólo pienso en el hombre pobre que carece de un techo, un hombre carenciado que no sabe, ni tiene para donde ir y encuentra junto a esa puerta cerrada, un transitorio y aparente reparo para sus huesos cansados; Desde una óptica más esotérica, pienso además, inmediatamente, por un lado en el hombre que ignora, en el hombre que espera a que le sea abierta la puerta del conocimiento para acceder a él y por ello aguarda allí, expectante a que el levita le facilite el acceso, y por otro, en el hombre sin voluntad, sin empuje, sin esa flama que irradia calor y nos dice de su menguado estado vital, ya que aun estando junto a las puertas que le permitirán su pasaje a un estadio superior, se mantiene en una situación de precariedad espiritual que lo va volviendo gris, sucio y despreciable para los transeúntes de la vida.
Reza el principio, pide y te será dado, busca y hallarás, golpea y habrán de abrirte, pero jamás te apartes de las puertas del templo, siendo válido para todos aquellos caminantes de la existencia que saben que en su morral caben nuevos elementos para el crecimiento, novedosas herramientas para la gran obra que implica vivir, que intuyen que el alimento nuevo se halla tras la puerta cerrada y que de tener la constancia debida, se abrirá para él en el momento justo.
Cuando realicé el Camino a Compostela experimenté una grata sensación al llegar a Villafranca, donde me encontré con una iglesia a cuyo lado se levantaba un robusto y antiguo portal; muy humilde, fabricado con una fuerte madera que por vieja, había adquirido ese aire místico de las cosas que se han hecho en el tiempo y en la presencia permanente en la vida de los otros, llamada la Puerta del Perdón, conociendo por boca de los eruditos que ese era un paraje intermedio entre cualquier punto del que se hubiera salido para peregrinar a la catedral del Apóstol, y que estando cansado en extremo o enfermo a punto de morir, sólo allí se le consideraría la gracia del perdón tal cual si hubiera marchado hasta la catedral misma.
Entendí que constituía ese un gesto por demás generoso que daba la oportunidad a los desvalidos, a los enfermos, a los menos agraciados para la marcha, la posibilidad de abrir, de trasponer aquella añeja puerta lateral para acceder de todas formas a la promesa que implica el resultado de la búsqueda.
Cuando el hombre marcha por los caminos de la vida, no sólo la senda y el paisaje componen la cotidianeidad del periplo, sino que también lo conforman puertas, pórticos y portales los que al erigirse ante él, deberá decidir si abre o no; puertas entornadas a las que sólo deberá empujar, puertas con doble llave o candados que le impedirán el paso o alimentarán su ingenio para el acceso, puertas sin pestillos, ni cerrojos, semejando paredes, puertas misteriosas que tal vez sea mejor no tocar, siendo como dije antes, decisión personal del caminante intentar abrir o no.
Cuando la hora sea dada para que dejemos este mundo, seguramente muchas sean las puertas que aún nos restarán por abrir y de ahí la aseveración del sabio que decía que daba todo lo que sabía por una muy pequeña porción de lo que aún desconocía. La muerte nos enfrenta a la segunda puerta más importante de nuestra existencia, la que nos abrirá el arcano del viaje más allá de la carne, de la sangre fluyendo, del corazón que palpita, del cerebro buscando, diciéndonos del nuevo sendero, del nuevo mundo o quizás después de tanto andar, de la irremediable nada, del inconmensurable vacío.
La primera gran puerta en este plano, es la que nos abren nuestros padres en el acto de la concepción, donde a través del vientre materno y en la barca magnífica de la placenta, hacemos nuestra entrada triunfal al mundo de la materia, donde arribamos desnudos, llorando y con las manos cerradas como diciendo todo será mío y después, cuando atrás hubo quedado el glorioso primer instante, la lucha, el esfuerzo, el crecimiento, la madurez, la vejez, la hora de enfrentar la hora póstuma, las manos abiertas por que todo queda acá, el cuerpo desnudo, marchito, pajuzo, porque él y la ropa que lo cubrió, los bienes, las maletas, no pasan por el marco de la puerta abierta para la partida – entrada.
Cuántas veces habrán escuchado con desesperación los sirvientes, el cierre seco de los grandes portales de piedra de los antiguos monumentos fúnebres, donde eran condenados en vida a permanecer junto al cuerpo del señor recién fallecido, para acompañarlo al más allá junto a sus riquezas y así servirlo cuando recobrando la compostura, se pusiera en pie para decir de su gloria.
Cuantas veces esos pobres seres habrán sentido la falta del oxígeno ante el olor nauseabundo de un ambiente sellado para siempre, descubriendo a tientas, en la penumbra más intensa, mientras iban muriendo asfixiados, que su señor permanecía allí, tan tieso como al principio y que si de puertas se trata, él ya las había cruzado hacía mucho y que lo que quedaba para los arqueólogos, los historiadores, los religiosos, los museos, eran los vestigios de un envase, de un transporte material en desuso y un montón de ricas ofrendas e historias y leyendas que contar.
Vivir a pleno, vivir en lo profundo, vivir a cada instante; amar, sentir, gozar, servir, pelear, crecer… Atesorar en el corazón buenas historias, mejores momentos. He ahí algunos de los elementos que nos harán sentir felices, en armonía y muy bien con nosotros mismos, cuando con un chasquido seco del oscuro cerrojo, nos sea anunciado que la próxima puerta que se abrirá es la que nos dará paso a nosotros, quienes estamos en la espera desde el instante mismo de la concepción.
Más tarde o más temprano habrás de encontrarte contigo mismo ante la gran puerta del destino; de como hayas vivido y obrado, dependerá que sea ese el mejor o el peor momento de tu existencia.
José Luis Rondán
Taller de Arte “La Guarida” del artista plástico José L. Rondán
Fundado en 1981 – Ramón Masini 2956/002 – Pocitos- Montevideo, Uruguay
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