En estos días nos enfrentaremos a un nuevo equinoccio de otoño, o equinoccio vernal, posiblemente sin que en apariencia nos afecte, seguramente pasando desapercibido por nuestras vidas, es decir no alterándonos, no incidiendo en nuestro camino como especie.
Los organismos estatales están organizados para resolver por nosotros. La luz, el agua, determinados alimentos… Aparentemente todo está resuelto, no hay de que preocuparse.
Es un fenómeno que ha ocurrido desde siempre, desde la primera hora del mundo, afectando el clima, la naturaleza y aun la vida de los seres vivos, obligando a unos a emigrar, a otros a pertrecharse, a otros como en el caso del hombre, a emprender diferentes empresas que van desde la siembra hasta las campañas de guerra y conquista.
Equinoccio quiere decir noche igual.
Se da entre el 20 o 21 de marzo / 22 o 23 de setiembre.
Ambos polos de la tierra se hallan a igual distancia del sol, por lo que la luz solar cae por igual en ambos hemisferios.
Los equinoccios determinan el cambio de estación anual tan relevante para la vida del ser humano; en el hemisferio Norte se pasará del invierno a la primavera y en el Sur del verano al otoño.
El prestar atención al equinoccio nos lleva a vernos más humanos, más parte de una Naturaleza que aunque brutalmente agredida permanentemente, persiste en apegarse a los cambios cíclicos, obligándonos obviamente como seres humanos poseedores de un sinfín de necesidades para hacer viable la vida a seguir los dictados de nuestra naturaleza, induciéndonos a revivir viejos rituales que hacían que las tribus o clanes se unieran por elementos en común. En una parte del planeta para celebrar el advenimiento de la luz, del calor, del triunfo de la claridad sobre las tinieblas, en la otra parte para encomendarse, para darse fuerzas para lo que vendría, para rogar por que el señor de la luz triunfe sobre el príncipe de las tinieblas y para agradecer a la madre tierra por el alimento que había generado para ellos y que los alimentaría cuando el frío invierno asolara las comarcas.
El equinoccio de otoño era considerado en la antigüedad el origen de todos los males, ya que en dicha estación donde el frío se apodera y se hace sentir, no arriba en soledad, lo hace acompañado de la oscuridad del invierno que acecha como un lobo hambriento, también se instala la tentación y los bajos instintos del hombre.
Mueren en esta época del año Osiris, quien es desmembrado, muere Atis, deidad de la vida, muerte y resurgimiento, representativo del dios sol, así como Adonis, ambos atacados por un jabalí, símbolo de la oscuridad. Muere en este período del año Jesús, y ante ello el cristianismo celebra la pasión, muerte y resurrección del Mesías y muere también durante el equinoccio de otoño, el Maestro Constructor Hiram; todos ellos personajes conocidos por sus cometidos, por su identificación con el sol, con la luz y que en el instante del cambio de estación, mueren para descender a las tinieblas, estadio imprescindible para la regeneración, para la resurrección que sobrevendrá durante el equinoccio de primavera, al cual se le observa atemorizado, se le espera, se le anhela como la posibilidad de volver a soñar.
Desde la antigüedad se decía que en esta época se daba un cruel combate entre el sol y el príncipe de las tinieblas.
Estamos ante una especie de señal de la Naturaleza que nos lleva al recogimiento, a la introspección; que nos obliga al reposo después de la temporada estival para pensar en nosotros y con nosotros mismos; es la época de empezar a dialogar con nuestro maestro interior tantas veces olvidado, tratando de invertir en esas horas grises, en nuestro ser, pues mientras afuera todo se marchita, en nosotros debiera florecer la simiente de la conciencia despierta, tan necesaria para crecer como seres humanos.
Los rituales antiguamente cerraban círculos de vida en la gente, el niño dejaba de ser tal para convertirse en joven y éste era ungido como hombre, podría salir a cazar con los integrantes del grupo, podría ir a la guerra y convertirse en líder; la mujer hasta ayer niña estaba lista para parir, para ser madre, para ser puntal inequívoco de la comunidad.
El ritual sea cual fuere, posicionaba al ser humano ante una naturaleza con la cual había que andarse con cuidado porque te destruía, te aniquilaba y por ello era respetada y considerada en cada ritual. El ser humano era uno con su medio ambiente y de él recibía y a él entregaba viviendo en armonía.
En los tiempos que corren el hombre de hoy llega a los cuarenta sin percatarse que su adolescencia fue hace mucho tiempo, que es hora de que se marche del hogar de sus padres y busque el sustento para él y para la mujer que eligió, aunque le cueste reconocer y busque la ayuda de un psicólogo para el caso que esté esperando un hijo.
El hombre y la mujer de hoy no sabe cerrar esos círculos de la existencia, desdeñan la liturgia, lo sacro y por ende ignoran como ser uno con el medio ambiente, con la naturaleza que fluye a raudales allí afuera y que como un incontenible torrente todo lo transforma, todo lo erosiona, todo lo cambia, ignorando a los dioses modernos y tecnológicos que o bien nos dan respuestas parciales, o directamente tienen menos ideas que nosotros.
Los equinoccios y los solsticios han ocurrido, ocurren y seguirán sucediendo cuando ya no estemos acá, aunque los ignoremos, aunque desconozcamos su existencia, vendrán para decirnos que con cada estación debemos adecuar nuestra conducta y precisamente en el equinoccio vernal al cual nos enfrentamos las comunidades del hemisferio Sur, que aprovechemos los meses venideros para disfrutar de nuestros hermosos cielos, de las copas encendidas, de las calles alfombradas y para agradecer verdaderamente lo que la tierra nos brinda.
Es hora del silencio activo, del silencio de la meditación, del silencio de la búsqueda y de la preparación para cuando el advenimiento del equinoccio de primavera nos hable de resurrección, de resurgimiento y del rebrote de aquellas cosas que se mostraban marchitas en apariencia pero que estaban ahí para cuando la hora de reverdecer fuera dada.
José Luis Rondán
Taller de Arte “La Guarida” del artista plástico José L. Rondán
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