El pecado fue estudiar

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Javier García
Javier García
Una sola posibilidad hay en la vida para progresar: romperse el lomo estudiando o trabajando, o las dos cosas juntas. La mayoría aún sacrificándose, apenas empata. En esto no hay misterios porque ganar el 5 de Oro me imagino que nadie seriamente lo planteará como una opción de vida y heredar fortunas es para muy pocos. Otros, queriendo estudiar, deben salir temprano al mercado de trabajo y pierden la posibilidad de obtener empleos de mejor calidad. En el mundo de hoy el conocimiento se duplica cada cinco años, así que estudiar es casi que una condición de alfabetismo funcional mínimo.
El 1º de marzo de 2010, Mujica copió el giro que una primera ministra de Finlandia había utilizado bastante tiempo antes y dijo: educación, educación, educación. Aplaudimos todos porque a pesar de no ser una novedad era un concepto político: la apuesta era al conocimiento para crecer como individuos y como sociedad. El presidente apostaba por una política social de fondo: la educación. Desde allí hasta hoy, increíblemente, lo único que demostró es desprecio hacia los que estudian y a los profesionales. Empezó con los médicos hace tiempo atrás y ahora la emprende con los escribanos, los economistas y los abogados.
En verdad no importan las profesiones, porque su razonamiento no pasa por ahí sino por la imagen que como presidente tiene de quienes sin que nadie les regale nada alcanzaron una profesión. Mujica cree en la lucha de clases. Lo esconde con esmero, pero para él la “burguesía” es su enemiga. Aquello de “obreros y estudiantes unidos y adelante” lo cantaba pero no lo creía, ni lo cree. Expresa reiteradamente un resentimiento llamativo. Mujica optó por no estudiar y, yo agrego, tampoco por trabajar. Que destrate al Ec. Oddone porque nunca se subió a un arado es tan penoso como preocupante. Mujica solo se sube a un tractor para las cámaras. Nosotros no criticaríamos al presidente por haber designado a un ministro de Trabajo sin que el propio presidente haya nunca pasado por las ocho horas. Perteneció a un sector de una juventud acomodada que no necesitaba trabajar y se dedicaba a la militancia mientras otros llevaban el pan a sus casas y no tenían tiempo para asambleas. Fue una opción personal, legítima, como la de otros estudiar y trabajar. Otros militábamos y trabajábamos, porque también se puede. Eso no lo hace mejor ni tampoco elevarse sobre los demás el sufrimiento posterior.
Los que llegan a tener una profesión dejaron mucho por el camino, y en el caso de ser del interior sacrificaron sus familias desde jóvenes para venir a Montevideo. No está bueno, ni se merecen, que su presidente les diga que “infectan” al país. Son todos hijos de hogares que apostaron por progresar sudando la camiseta, por eso la ofensa es también a muchos padres y madres que hicieron horas extras o consiguieron otro trabajo para pagar los libros de sus hijos, gente humilde y de clase media, típicos uruguayos, que sin primero de marzo y una banda presidencial sobre su pecho, anónimamente, dijeron también: educación, educación, educación.
Es de buena gente respetar al que elige el camino del esfuerzo, que se llama dignidad. En Uruguay puede llegar a presidente quien estudió y quién no, pero solo progresará si logramos que muchos estudien y el presidente los respete y no los insulte por el terrible pecado de servir una vocación y vivir de su trabajo.

El País Digital