En su discurso de investidura como presidente de la Generalitat de Cataluña, Artur Mas, lejos de cuestionarse la forma en que accede a su nuevo mandato con menos respaldo propio en el Parlament, dijo que “Hoy hace justamente dos años me presentaba ante este mismo Parlamento para ser investido Presidente, y en mi discurso de entonces les planteaba un gran reto de país: abrir la transición nacional basada en el derecho a decidir, con el Pacto Fiscal como primer objetivo”.
No olvidó su prédica independentista y ha señalado: “Cataluña debe aceptar de una vez por todas que España no quiere ser cambiada, y está en su derecho a no ser cambiada. Sin embargo, España también debería aceptar que Cataluña no quiere ser ni absorbida ni asimilada, ni homogeneizada. España sigue viéndose y interpretándose con una mirada y una pulsión centralistas: el mapa determina que todo lo que es importante empieza y acaba en Madrid. Y una parte muy mayoritaria de la sociedad catalana no comparte este mapa. Quiere cambiar. Queremos cambiar”.
Agregó que “Cataluña debe hacer su propia transición nacional, que de hecho es el único camino que nos queda por conquistar un bienestar colectivo que esté más de acuerdo con la capacidad productiva de nuestro país, una justicia social que descanse más en las decisiones autónomas de las instituciones catalanas y en los valores compartidos del pueblo catalán, y una identidad de matriz cultural que pueda proyectarse en el contexto de la globalización para aportar desde Cataluña nuestro grano de arena en la mejora de la humanidad”, dijo ya en pleno delirio mesiánico.
Luego reconoció el retroceso de su prédica al señalar que “Del resultado de las elecciones les puedo decir que de la misma manera que es cierto que no tuve el apoyo electoral que esperaba no es menos cierto que el pueblo catalán se manifestó de manera inequívoca apoyando al derecho a decidir. Casi dos tercios, y con intensidades y tonalidades diferentes, casi cuatro quintas partes de este Parlamento, somos favorables a que el pueblo catalán pueda ser consultado sobre su futuro político.
El sentimiento de persecusión afloró en su discurso al decir: “Somos observados. Y seremos observados con lupa. Lo que nos obliga a hacer las cosas especialmente bien, sin errores innecesarios, sin ingenuidades, y aplicando el sentido político con el que se mueven los países en el contexto internacional”. Bueno, era hora de que aprendiera e hiciera lo que no hizo hasta ahora, gobernar con sentido.
Aclaró, por si quedaban dudas que: “Ser observados significa, entre otras cosas, que desde la Unión Europea harán un seguimiento de cómo la Generalitat hace frente al saneamiento de las finanzas públicas, la reducción de los déficits públicos y la moderación del endeudamiento público”, dijo alardeando de inteligente algo que ya todos saben.
Nada dijo del contubernio pactado con la radical Esquerra Repúblicana de Cataluña (ERC), otrora agrupación política crítica de su gobierno, a la cual debió ceder mucho para obtener su respaldo para gobernar y que en la realidad significa estar durmiendo con el enemigo.
Cataluña ha quedado en manos de fundamentalistas, CiU y ERC y el tiempo dirá cual será su destino.












