Hace poco leí un articulo conferido a Einstein donde aseveraba que la Biblia era una enorme colección de leyendas y que Dios fue creado por el hombre para mitigar su debilidad, palabras más, palabras menos.
Me hizo pensar en lo válido o no de ese tan extenso como árido y escabroso camino que la humanidad toda ha debido recorrer a lo largo de su proceso evolutivo hasta hoy día.
Algunos seres humanos han pretendido forjarse, unas veces por el filo de la lengua y otra por el de su espada, un lugar en su universo, proclamándose elegidos, avatares, mesías, guías, maestros, etc. Poniendo para ello el esfuerzo de su tesón, de su ánimo para la trascendencia, de su impetuoso espíritu de lucha, al servicio de sus creencias, de todo lo que han imaginado para la generación de estructuras filosóficas más o menos creíbles y que pretenden infundir; unas veces bien intencionados, para la edificación, para la elevación y el auto conocimiento y otras arteramente, para la emboscada, la alienación y el sometimiento de sus iguales.
Desde que tuvimos noticias a través de las leyendas, de aquella primera hora en que los pueblos arribados a la Varaha, una recién surgida Europa, provenientes de las tierras heladas, determinaron al observar el refulgente sol y la bondad de aquellas tierras sobre las que por vez primera hollaban sus plantas, el primer tríptico de: – Si la tierra que me provee, es mi madre, si el sol que brilla sobre mi cabeza es mi padre, yo, su creación, soy el hijo, nos vimos empujados a bucear en la infinidad de escuelas, de corrientes iniciáticas, de caminos filosóficos delineados para el tránsito de las almas de aquellos pueblos primitivos, bárbaros, buscadores a tientas de una salida, su salida, que de una u otra forma eran encausados, dirigidos hacia la civilización, hacia el comportamiento social, de la mano de sus guías.
Desde los antiguos misterios Persas o de los Magos, pasando por los misterios de los Bracmanes en la India milenaria, el de los sacerdotes egipcios y los templos de Isis, el de los griegos, los misterios órficos, judaicos, los de caballería, etc.
Desde las bases asentadas por hombres como Zoroastro, Orfeo, Pitágoras, Fenelón, Jesús, etc. sólo podemos imaginar a pueblos enteros transitando el polvoriento camino de la historia, a millones de hombres y mujeres luchando a brazo partido para emerger, para sacar la cabeza por sobre la barbarie y la alienación para dar respuesta a las interrogantes planteadas por sus espíritus inquietos; a esa situación de vacío, de oquedad e ignorancia manifiesta. Elementos éstos que no siempre, aun a pesar de la entrega, del sacrificio y la obediencia, se obtenían, volviendo a sus casas con las manos vacías, más vacías que antes y aun con el sobrepeso del miedo debido a la persecución de los detractores de la corriente filosófica adoptada.
El tema es que para obtener respuestas más o menos lógicas y viables a los elementos que hacen a la vida, a la naturaleza, al mero acto de la existencia, donde vivir es una tan trascendental como peligrosa empresa, los pueblos deben indefectiblemente entregar una buena porción de su atea libertad, debiendo someterse a los designios del nuevo credo.
¿Las religiones, las escuelas filosóficas, las diferentes doctrinas, son espacios de libertad y armonía o son pesadas cadenas que nos limitan y nos someten?
Siempre he creído que el camino de las búsquedas de la salvación, de los encuentros con lo fantástico, con lo desconocido, siendo guiados por hombres o mujeres en cuyos corazones anida el mismo temor que anida en mí, en cuyo pecho persisten las mismas dudas que persisten en el mío, que su luz emana de una vela tan menguada como la mía, no debieran ser del todo válidos.
Somos exploradores, caminantes de la vida; el camino es difícil, muy precario, trazado junto a profundos precipicios prestos a devorarnos, por ello es trascendental el poner atención para saber donde pisamos, hacia donde van dirigidos nuestros pasos y cual es el verdadero cometido de la marcha, haciendo caso omiso a los presuntos guías; sometiéndonos únicamente a los dictados de nuestro maestro interior, el único que en realidad jamás nos traicionará, por nobleza, lealtad e integridad iniciática y porque además ambos sabemos que nuestra muerte será la suya.
Siento desde el corazón y desde la razón que no todo es ciencia, que ésta, si bien ha arrojado mucha luz sobre los hombres y su razón de existir, no posee todas las respuestas, no es la panacea e indefectiblemente deja huecos, permite aunque no lo desee, aunque los científicos se esmeren en ello, importantes espacios para la generación de ideas avenidas a la existencia de un alma y de un espíritu y de la posibilidad desde diferentes ópticas, desde distintos enfoques, de trazar veredas interiores que nos hagan ver la ansiada luz, esa luz interior que hace a los seres humanos diferentes, tan distintos unos de otros.
Hay hombres que por afirmar su ateísmo, terminan creyendo en cualquier cosa y hay hombres que asegurando no creer en nada, suelen afirmar que gracias a dios son ateos, en fin, ciencia o filosofía, aquí estamos a un lado de la vía láctea permitiéndonos el sueño de la tranmigración.
José Luis Rondán












