Aparicio Saravia – 10 de septiembre de 1904

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A 108 años de la muerte del General Aparicio Saravia (acuarela de Luis Rondán)
Aparicio Saravia fue un Oriental nacido un 16 de agosto de 1856, en tierras de Cerro Largo, al Norte de la República Oriental del Uruguay, casi en la frontera con el Brasil,; siendo su madre, la brasileña doña Pulpicia y su padre, don Francisco Saravia, Don Chico.
Joven guerrero que con apenas trece años tuvo su bautismo de fuego contra las tropas gubernamentales en un incipiente país, cargado de diferencias y conflictos, y en cuya oportunidad, dada su bravura y decisión en la lucha, le fue otorgado el sobre nombre de Cabo Viejo.
Desde muy joven construyó un sólido prestigio entre sus paisanos, haciendo valer su palabra como si de un documento firmado se tratara, dejando entrever en cada actitud suya, la figura del pro hombre, del caudillo que como un sol naciente en la penumbra de una patria abrumada, comenzaba a erigirse en guía, en senda iluminada y abierta en la espesura de un bosque de ideas infranqueables para el hombre llano, para el gaucho humilde, para el hombre de campo.
Decía Aparicio: El bien no debe ser para unos pocos, sino para todos los orientales; y el partido es un medio por el cual es posible formar la Patria Grande, donde se excluyan las injusticias.
Este mítico caudillo que luchara en la Revolución Federalista, en tierras de Río Grande Do Sul, en el Brasil, dado el reconocimiento obtenido en tales gestas, comenzó a ser requerido insistentemente a fin de brindarle un elemento de unidad a un Partido Nacional dividido. Se dan por esas épocas, idas y venidas, viajes a Montevideo y negociaciones con correligionarios, preparativos de guerra e inquietud en la población.
Decía Saravia en una proclama leía el 25 de noviembre de 1896: …Ha llegado pues el momento imprescindible de combatir con las armas en la mano al oprobioso gobierno que rige los destinos del país; ha llegado la hora de levantar la bandera de la reacción armada para combatir con denuedo en nombre de la libertad institucional. Esta es la misión que la fuerza de las circunstancias, le reserva al Partido Nacional… La victoria ha de ser nuestra, también la sangre que ha de sellar el heroísmo con que hemos de combatir a los impíos que sostienen el afrentoso gobierno de Juan Idiarte Borda que nos degrada ante propios y extraños.
…Yo os prometo que la espada de vuestro General y amigo estará en todos los momentos al servicio de nuestro Partido que es la causa de la justicia y de la libertad, que reclama con voz herida el sacrificio de los buenos, que felizmente corren presurosos a secar sus lágrimas, con el riesgo de su sangre generosa….
Después de mucha sangre derramada e incontables episodios de valor y arrojo, el 25 de setiembre de 1897, casi un año después de iniciadas las hostilidades, queda firmada la paz en el territorio con el Pacto de la Cruz, donde es sellada la libertad, el respeto a la ciudadanía y el sufragio libre.
El 1ro de marzo de 1903 habiendo sido electo Presidente de la República José Batlle y Ordoñez el Directorio del Partido Nacional proclama: La lucha presidencial ha terminado. La Asamblea Nacional, como representación legítima de la soberanía nacional, ha elegido al ciudadano don José Batlle y Ordoñez para el desempeño del Poder Ejecutivo y es deber de todo partido de ideas levantadas, prestar su adhesión a la legalidad y manifestar, en tan solemne momento, en forma pública, su acatamiento al nuevo gobierno constituido, rindiendo así culto a las instituciones nacionales triunfantes en la finalizada contienda.
El Partido Nacional, fiel a sus tradiciones y a su bandera, acepta la nueva situación creada; y para prestarle su concurso o combatirla sólo espera sus actos…
El recién instalado Presidente incumple la política de coparticipación dispuesta por el Pacto de la Cruz, al confiar cuatro de las Jefaturas a nacionalistas que obedecían a Saravia y dos a nacionalistas denominados calepinos (caballos sin marcas), que habían apoyado al líder colorado en su lucha por la primera magistratura, y ello sin previa consulta con las autoridades del Partido Nacional, lo que implicaba a juicio de éste, que dicha gestión no contaría con las garantías necesarias para ser llevada adelante. Por este hecho los nacionalistas aseveraban: -¡Batlle a violado el Pacto de la Cruz!
El 15 de marzo de 1903 los nacionalistas al mando del General Aparicio Saravia se levantan en armas.
El Gobierno opta por entablar negociaciones que prontamente dan sus frutos en la celebración de la paz del 30 de marzo de 1903 en Nico Pérez.
Manifiesto de A. Saravia:…Viejos guerreros de nuestras campañas legendarias, que contáis vuestros años por sacrificios, por vuestros laureles; jóvenes soldados que al hallaros aquí confirmáis la realidad de nuestra raza. Al regresar ahora a vuestros hogares con la satisfacción del deber cumplido, tened presente que no es sólo con la lanza y la carabina con que se triunfa; hay otra arma.- la boleta de inscripción en los registros cívicos.- que no debe faltar a ningún nacionalista, pues será con ella que obtendremos en la paz, la victoria completa que en el camino de la guerra acabamos de renunciar a perseguir…
La marcha y contramarcha de la vida del país, encaramadas a las decisiones políticas de los distintos protagonistas, hacían vivir una paz armada en una república que no terminaba de despegar.
En enero de 1904 nuevamente suenan clarines de guerra entre hermanos en suelo patrio. Los preparativos de uno y otro lado se incrementan así como la reorganización, el llamado a enrolarse, el acopio de armamento y caballada; al tiempo que la lúgubre muerte blandiendo su afilada guadaña, vuelve a sobrevolar las extensas llanuras de nuestra patria parida a los empujones y hoy, inmersa en un alocado remolino de humanas pasiones.
A las movilizaciones y esporádicos enfrentamientos le siguieron batallas tan crueles como la de Mansavillagra, Illescas, Las Conchas, Cerro de Aurora, Paso del Parque o la de Tupambaé, seguramente ésta, la más sangrienta de toda la gesta, donde cientos y cientos de compatriotas de uno y otro bando perdieron la vida o quedaron permanentemente lisiados.
Habiéndose desarrollado un tortuoso periplo de sacrificios y entrega de orientales contra orientales, donde el fusil del hermano terminaba con la vida del hermano y el sable del abuelo cegaba la de su nieto, arribamos con el pecho sangrando de tristeza al escenario único e irrepetible desplegado en Masoller, epílogo de una campaña revolucionaria transformada en atalaya de los altos ideales de un pueblo poseedor de un fuerte carácter, forjado en el dolor, en el sacrificio y en la angustia, producto de las cruentas luchas desarrolladas los últimos años, donde no había casi lugar para la familia, para el trabajo o la cimentación de una vida en paz, pues los avatares políticos y los presagios de guerra distraían permanentemente la atención de los orientales.
Este paraje está situado en una importante elevación, sobre la cuchilla Negra, donde confluyen las cuchillas de Haedo y la de Belén, en los límites con el Brasil y los departamentos de Rivera, Artigas y Salto. Sitio agreste, donde una extensa llanura ve interrumpida a tramos su extensión por inclinadas y agrestes pendientes y cerros de piedra.
Aquel 1ro. de setiembre los ejércitos nacionalistas avizoraban ya su victoria sobre las fuerzas del gobierno, tanto que los clarines emitían dianas de triunfo, mientras éstas habían comenzado a replegarse y la batalla atenuaba su fragor.
El épico General de poncho blanco trasegaba las líneas de combatientes montado en su caballo de guerra, llevando en su garganta la fuerza y la vitalidad para la lucha; pero así como se transformaba en un ángel enorme, de gigantes alas protectoras para sus subalternos, Águila del Cordobés, se volvía más y más visible para la fusilería enemiga.
Fueron varios los impactos que horadando el aire de una tarde que moría, abrieron el cerrojo de la enorme y pesada puerta que da a la gloria para permitirle el paso al Hombre, al caudillo que ya desfalleciente por la sangre que bullía, decidió no dejar a sus tropas todavía.
El alma indómita del jefe supremo de la última guerra gaucha, sostuvo unos instantes más aquel cuerpo mal trecho, había órdenes para dar, había jefes a quienes instruir, gente de quien despedirse; su Estado Mayor estaba allí.
-¿Qué será de mi Patria? -¿Qué será de mis compañeros que me han seguido? Había expresado presagiando su partida.
El 10 de setiembre de 1904 dejó en aquel camastro su cuerpo mal herido, desgastado y yermo, y vistiendo sus mejores galas tomó de las riendas al zaino abatido en la batalla y casi sin mirar atrás penetró al trote a ese mundo extraño al que llamamos gloria, inmortalidad, eternidad, Oriente eterno, dejando detrás aparte de un profundo dolor, el eco de su voz dando las últimas órdenes y con ella, el tenue sonido de los cascos de su corcel batiendo las nubes.
De su carácter, de sus decisiones, del empuje puesto en la empresa, ese pueblo gaucho y de doctores que supo comandar, comenzó a concebir la idea suprema de que la patria para ser tal, deberá concebir primero dignidad arriba, para que haya regocijo abajo.
Como reflexión final debo aportar desde la humilde opinión de un romántico, al recordar la insigne figura del gran revolucionario que fue el noble Aparicio Saravia, quien no solo se erigió en estandarte y faro de una importante porción del pueblo uruguayo, además del brasileño y argentino de la época, sino que permitió que muchos otros después de él aprendieran que aun en la muerte, si se puede, ya que quien ha logrado hacerse de un espacio en el corazón de quienes le aman y recuerdan, jamás partirá, guiándonos permanentemente con su fuerza y determinación.
¡Larga vida al General Aparicio!
José Luis Rondán
La imagen del General Aparicio Saravia, es obra del del autor de este artículo