Como católico que soy, tengo la obligación moral de comentar en estas páginas la absurda situación que está viviendo la Iglesia Católica en nuestros días.
Vienen al caso dos eventos promovidos por religiosas católicas en Estados Unidos que están conmocionando y haciendo tambalear los cimientos más consistentes de la Santa Sede. Se trata, por un lado, de la celebración de la primera Conferencia de Liderazgo de las Mujeres Religiosas –presidida por Pat Farrell-, asociación que congrega a más del 80% de las 57.000 monjas con las que cuenta actualmente Estados Unidos, y a la que el Vaticano acusa de promover el feminismo más radical; y, por otro lado, de la campaña Nuns in Bus organizada también por monjas estadounidenses con el objeto de hacer llegar al mayor número posible de personas, a lo largo de su recorrido en autobús por el país, los principios de la fé, la familia y la justicia social, preservando los valores en los que se asienta la doctrina de Jesucristo. Por estos hechos, han sido declaradas rebeldes –prácticamente herejes-, criticadas por estar demasiado pendientes de los pobres y denunciadas por convertirse en la mayor amenaza a la todopoderosa autoridad y dirección suprema de la Santa Sede.
En este siglo XXI, cuando la mujer ya ha alcanzado las más altas cotas de liderazgo a nivel internacional en política, ciencia, economía, educación, cultura… persiguiendo un claro modelo de igualdad entre hombres y mujeres, seguimos manteniendo una Iglesia instalada en tiempos ancestrales en la que, aunque todos los católicos reconocemos que está sustentada en un 90% por mujeres –que componen su público mayoritario- sigue siendo gobernada exclusivamente por hombres.
Las monjas de nuestro tiempo defienden, encabezadas por las religiosas católicas de Estados Unidos, la ordenación sacerdotal femenina, una mayor tolerancia del Vaticano en temas como la homosexualidad, el aborto y la lucha por la justicia social. Persiguen, en definitiva, una Iglesia menos jerárquica y más participativa, donde no se las discrimine por su condición de mujeres, sino que se las valore en toda su esencia como personas.
En la sociedad civil, las mujeres lucharon y consiguieron que, a día de hoy, sus derechos sean reconocidos. En la sociedad religiosa actual, las monjas reclaman una Iglesia más sana, comprometida, y solidaria, que se preocupe honesta y sinceramente por los más desfavorecidos, y en la que siempre haya un lugar para toda persona que quiera ponerse a su servicio. Este es el verdadero sentido de su cruzada, y al resto de los católicos -hombres y mujeres- su discriminación por parte del Vaticano nos está haciendo mucho daño.
Camilo Cavalieri













es hora de cambiar y las mujeres podemos hacer ese cambio que acerque a los fieles nuevamente a la Iglesia porque hoy se alejan y es una realidad.
¿Por qué no puede confesar y oficiar misa una monja? Sería justo y necesario que se les permitiera hacerlo.
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