Todavía pueden verse circulando por Montevideo estos carros tirados por caballos y escuchar desde el pescante el gritó del vendedor de verduras y frutas, destacando las cualidades de su mercancia.
“¡Vecina, llegó el verdulero, un hombre fiel y sincero!”, anuncia el ofertante a toda voz, mientras las amas de casa salen presurosas a comprar algo que en los mercados les costará más dinero.
No son muchos en realidad que aún ofrecen sus productos de puerta en puerta en un carro de estas características, pero los pocos que quedan logran el cometido de llegar a las zonas más humildes o también aparecer en los barrios de la clase alta, donde cuentan están sus grandes clientes. A la hora de ahorrar no hay diferencias entre pobres y ricos.
Y allí están, circulan por calles y avenidas, sin que a nadie les parezca extraño o fuera de época. Son los últimos vestigios de un pasado que se niega a desaparecer y que con sus bajos precios y buena mercadería ayudan en la economía familiar, que en tiempos de crisis terminan siendo imprescindibles y son parte de la cultura de los uruguayos.










