Lo lamentable es escuchar las razones que esgrimen los defensores de la tauromaquia donde matadores, ganaderos, recortadores, corredores y aficionados defienden “a capa y espada”, la fiesta salvaje de la sangre.
En el manifiesto que se ha leído en Valencia se afirma: “Somos un ejemplo de civismo y estamos orgullosos de ser aficionados a los toros. Que se entere quien deba enterarse. la cultura es lo que el pueblo quiere que sea. El toro y su mundo es cultura”.
Pero luego se cae en una enorme contradicción que al escucharla provoca un sentimiento de vergüenza ajena y que termina asemejándose a una burla: “Reivindicamos la tauromaquia por su animalismo, que incluye la defensa del toro como planeta. ¿Quién defiende más el toro que nosotros? ¿Quién lo ama más?”, preguntan los defensores de la fiesta salvaje.
Quien lo tortura y lo desangra para luego terminar matándole, no es precisamente quien defiende al toro, aunque asegure que lo ama.
¿Arte o cultura es ver morir a un pobre animal en un ruedo colmado de aficionados que aplauden la ‘valentía’ del hombre sobre el toro?. ¿Cortarle una oreja al animal o clavarle la espada lo hace un héroe?. Desde luego que no; es un espectáculo salvaje y sangriento que merece ser erradicado.
Con esto no quiero decir que me alegra cuando el animal torturado responde atacando al diestro y le provoca heridas. Sólo marco las diferencias: el torero va allí consciente de lo que va a enfrentar en el ruedo, lo hace por decisión propia; al toro le llevan a la fuerza.
Y como en el brutal circo romano, hay algunos que se regodean mostrando su perfil humano al ver una extraordinaria faena del toro se muestran magnánimos pidiendo el indulto del animal.
Por esto y más; lo del título, “ni arte ni cultura’, sólo salvajismo.
Brillante artículo. Totalmente de acuerdo.
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