Taiwán tiene un valioso expertise sobre el COVID para aportar a la OMS

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Pedro Isern, Director ejecutivo de CESCOS (Uruguay).-

Es necesario incluir a Taiwán en los distintos protocolos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para que pueda compartir su experiencia en el manejo de la pandemia y de la pos-pandemia. A su vez, es importante darle participación en la Asamblea Mundial de la Salud (AMS). Es paradójico que una democracia plural que ha enfrentado la emergencia sanitaria con transparencia y eficiencia sea sistemáticamente vetada de la posibilidad de comunicar y explicar las acertadas políticas implementadas. Es triste y sorprendente que ese veto provenga de un régimen represivo que ha sido el principal responsable de la dramática magnitud alcanzada por la pandemia.

Como sostiene un documento reciente, “hasta la fecha la OMS se ha negado a mostrar la información del punto de contacto del Centro de Control de Enfermedades de Taiwán en la intranet del RSI (Reglamento Sanitario Internacional). Como resultado, los puntos de contacto del RSI en otros países no pueden notificar directamente a Taiwán sobre información referente a pandemias y tampoco pueden recibir información importante referente a pandemias que Taiwán proporciona a la OMS”. ¿Cómo deben reaccionar las democracias ante una decisión tan irresponsable? ¿En qué momento nuestra inacción no deviene complicidad en una esfera tan delicada como la salud?

La pandemia ha contribuido a confirmar la sospecha acerca de un ecosistema multilateral que se encuentra obsoleto. Ese ecosistema no puede (ni quiere) cambiar porque aparece crecientemente maniatado por una estrategia explícita desarrollada por un conjunto relevante de dictaduras. Por cierto, es costoso salir del sistema multilateral de reglas de posguerra para pensar uno nuevo, pero hoy es claro que se avecina un momento en el que las democracias tendrán que reparar sobre otros costos y beneficios materiales y morales que significa contribuir a un conjunto de organizaciones que día a día se alejan de los principios de las sociedades abiertas mientras celebran groseras arbitrariedades que suceden dentro de las sociedades cerradas.

Así, como es de público conocimiento, en diciembre de 2021 los “estados miembros de la OMS establecieron un proceso para redactar y negociar una nueva convención, acuerdo u otro instrumento internacional sobre medidas más robustas de prevención, preparación y respuesta a futuras pandemias. El documento, ahora llamado Tratado de Pandemias de la OMS, podría aprobarse durante la 77ª AMS en mayo del 2024. Sin embargo, aunque Taiwán realiza grandes contribuciones a la seguridad sanitaria mundial, podría quedar excluido del acuerdo”. Es necesario repetir la pregunta ¿Cómo debieran reaccionar las sociedades abiertas ante semejante aberración? Exigiendo la presencia de una democracia tolerante y plural como Taiwán que tiene un notable expertise reciente para aportar sobre el tema. Por otro lado, las instituciones que forman parte de las Naciones Unidas vienen reflejando hace tiempo una notable incapacidad para dimensionar la desconfianza que genera en los ciudadanos de a pie del mundo democrático la sistemática elección de países represivos para ocupar lugares claves en los distintos comités e instituciones.

Como han demostrado las estrategias contra el COVID, las sociedades abiertas tienen mejores herramientas para procesar la información y aprender de los errores. Desde Adam Smith en adelante sabemos que, allí donde las personas pueden elegir libremente, utilizan información que es más transparente y precisa para aprender de los procesos en curso y asignar más eficientemente los recursos escasos. La libertad tiene una obvia dimensión moral y una obvia dimensión práctica. Moralmente, la vigencia de los derechos individuales genera más transparencia porque los agentes actúan en formas más honesta. Por su parte, hay una evidente dimensión práctica en tanto las personas se pueden equivocar (de hecho, nos equivocamos todo el tiempo) pero, paso seguido, buscan y encuentran disponible información sobre las razones de esa equivocación y la potencial solución. El error es parte esencial de la naturaleza humana y la vida en una democracia liberal es virtuosa no por la ausencia de errores sino por la presencia permanente de mecanismos para buscar y eventualmente encontrar soluciones.

La salud pública es un ámbito donde es imprescindible la transparencia y eficiencia. Más aun en medio de una pandemia como la que el planeta vivió en el año 2020. Allí, tanto el estado como la sociedad civil taiwanesa pensaron distintas estrategias y en muchas ocasiones se complementaron para buscar soluciones. En cambio, en China continental no solo no ha habido una complementación entre el aparato estatal y la sociedad civil, sino que el régimen se encargó de boicotear todo intento de transparencia. Mientras que el estado boicoteó las búsquedas de soluciones, la sociedad civil no pudo ni quiso explorar mecanismos para paliar la pandemia porque la posibilidad de equivocarse genera, en China continental y en todo régimen represivo, miedo e inhibición. En las dictaduras equivocarse no es una condición de la vida sino un generador de sospechas. Quien se equivoca intentando encontrar una solución para un problema nuevo es percibido por el régimen como un agente o como parte de una conspiración. Así, las personas no solo se inhiben para intentar innovar, sino que repiten ideas o conceptos que creen que pueden simpatizar con quienes detentan el poder. Es repudiable que un régimen de estas características logre impedir el acceso de una democracia plural a un espacio global donde discutir en forma transparente cuáles son los mejores mecanismos y herramientas para que una pandemia como la del COVID no vuelva a suceder.