Por Fernando Portillo
Hace casi treinta años que la historia de Paulina viene golpeando la puerta de mis recuerdos, no cejando en enviar mensajes para que la contara.
Otras personas que también se vieron involucrados en la misma, tampoco la han podido olvidar.
A través de esta historia real, se pretende al hacer memoria, lograr un discurso portador de valores que trasciendan lo meramente estético.
Que sea leída como crónica de un triste acontecimiento concreto, en la creencia de que el presente no es simplemente la consecuencia lógica y la evolución del pasado, sino que, más bien, el pasado se reconstruye a través de los filtros que sobre su percepción se crean hoy.
Por ello no quisimos confundirnos y buscamos por años toda la documentación disponible, que principalmente se encontraba custodiada por el Poder Judicial de nuestro país.
Sin él, el testimonio y relato de los olvidados y derrotados serian nuevamente marginados por la manipulación y el desconocimiento.
Paulina de tan sólo doce años, 36 kg y 1 metro 44 de estatura, linda, pequeña y libre, no podía pasar desapercibida, caminaba con su cabello al viento color caoba que le caía hasta su cintura rodeada de muchachos, que siendo o no sus novios, la protegían desde que llegó a las calles.
Era una niña preadolescente que, junto con otras chicas del ayer, que como las de hoy, sufren la miseria de la pobreza material y esencialmente la del corazón.
La del amor que se les perdió al caer en este mundo, su mundo, que es parte del nuestro y que generalmente nos negamos a ver.
Son ellas, las que como a golpes de yunque, uno tras otro, les han hecho asimilar y acostumbrarse a convivir con el abandono.
Eran y son las empujadas a acurrucarse en sus sentimientos teñidos de oscuridad, iluminadas tan solo por su imaginación, sueños o ilusiones que corren velozmente por sus cabecitas.
Pero, que siempre chocan con la realidad de la soledad en compañía, una tela de araña en la que conviven junto a pocos héroes e infinidad de villanos y funcionarios.
Esas manos que las tocan insensiblemente y de diversas formas, no hacen más que obligarlas a esconder en lo más íntimo del ser: su dolor…
Dolor, que resguardan como trofeo de innumerables derrotas y sus códigos de sobrevivencia no les permiten desnudar frente a los demás, aunque poseen la intuición de reconocer a un igual con solo mirarlo a los ojos y sin que nazca palabra.
El maltrato emocional y físico, es como una gotera eterna que taladra sus vidas, destruye su autoimagen y las empuja a buscar a cualquier costo, aunque sea un minuto de satisfacción y la ilusoria felicidad ante una sonrisa, un mimo, una caricia, o el engaño del regalo de una aventura incierta de libertad.
Los últimos días de Paulina los vivió en el año 1990 en Montevideo, Uruguay.
El primero de marzo de ese año había asumido el segundo gobierno democrático del país, luego del golpe de estado militar, se respiraban aires de libertad.
La democracia comenzaba a funcionar en su plenitud luego del traspaso del poder a través de las urnas del Partido Colorado al Partido Nacional, con un importante crecimiento de la coalición de izquierda denominada Frente Amplio.
Pese a ello, como ya saben, el día 22 de Julio del mismo año, en la costa de Shangrilá, barrio de Ciudad de la Costa, Don Armando Carrasco, pescador artesanal de profesión, ve que su perro comienza a ladrar.
Se acercó hasta donde estaba el pichicho y vio con perplejidad un cuerpo femenino sobre la arena con las manos atadas por la espalda.
Asustado volvió al rancho de pescadores sobre la playa y les comenta a sus compañeros el hallazgo, los que deciden comunicarse con las autoridades.
Concurrió en primer lugar la Policía y esta le paso el caso a la Prefectura (Policía Marítima) por ser su jurisdicción.
También se hicieron presentes el médico forense y técnicos criminalistas quienes enviaron sus informes al juez competente de la Ciudad de Pando.
Paso tiempo para identificar a Paulina pues no tenía documentación consigo, sus huellas dactilares tampoco aportaron datos sobre ella al no poseer Cedula de Identidad.
Sus zapatos plateados fueron la clave para conocer a Paulina Arellano, aunque solo se encontró uno en el lugar.
Mas tarde un Juez de Montevideo asumió competencia en el caso, en base a las investigaciones de la División Investigaciones de la Prefectura que determinó que el homicidio se llevó a cabo en la capital.
Se realizaron dos autopsias que diferían en sus enunciados, lo que fue aprovechado por la defensa de los inculpados y recusados por los fiscales en las diferentes etapas del sumario.
Durante el juicio se discutió el si la menor era o no virgen.
También si portaba una fétida cervicitis crónica y si podía o no relacionarse sexualmente.
Aunque nada impidió que fuera decesada por un mecanismo asfíctico combinado con elementos de sofocación externa por oclusión de boca y nariz.
O sea, sofocación interna por cuerpos extraños y compresión en el cuello de la adolescente maniatada y víctima de una violencia sexual previa…
Los culpables del homicidio, verdaderas bestias con traje humano son ni más ni menos que el fruto de una verdadera contra sociedad, actuaban individual y colectivamente bajo códigos de absoluta corrupción.
La ‘iniciativa personal” en el rapto de la niña, fue el argumento esgrimido por los criminales en diferentes audiencias judiciales.
Supuestamente el dúo criminal eran policías, tuvieron como única y exclusiva finalidad: “…encontrar algunas chiquilinas, objeto habitual de sus relacionamientos sexuales y cuyos desplazamientos conocían…”.
Bloqueando de esa forma toda capacidad inhibitoria, pues: eligieron, seleccionaron, buscaron, hallaron, raptaron, violaron y luego dieron muerte a la pequeña Paulina.
Los involucrados desfogaban así sus “ardores inquietos” (San Agustín) a través de una relación sin futuro ni atractivo, pero con todos los riesgos habidos, porque estaban habituados al intercambio de niñas prófugas (inútiles pujos de pretendida libertad) y prostituidas: en definitiva, gozaban desafiando, dañando y en este caso asesinando…