Por: Fernando Portillo
En Montevideo, las noches son frías en invierno, tengo que abrigarme bien, cuando duermo siempre nos acurrucamos con mis amigos, ya sea en “la cueva” o en “la casa del pueblo”.
La “cueva” está ubicada detrás de la Facultad de Ingeniería y “la casa del pueblo” en un garaje abandonado de la calle Ejido y Cebollatí al que bautizamos de esa manera porque en él se pueden quedar todos los gurises que no tienen un lugar donde pasar la noche.
No se rían y miren toda la ropa que estoy usando: ropa interior y una camiseta de manga corta, medias bombachas negras, pantalón de pana azul, un buzo de lana tejido de color beige con franjas marrón oscuro y claro, otro de color verde oliva y encima otro rojo.
También llevo una campera de nylon beige y no me quiero olvidar de mis zapatitos con taco un poquito altos de color plateado que me dieron el Hogar Capurro los cuales adoro, tanto que cuando camino bajo la vista para mirarlos.
Mágicamente cuando quiero acordar la noche desaparece y al llegar el día, normalmente yo soy la que me despierto primero y comienzo a cantar en vos alta para que todos lo hagan y así poder llegar en hora al desayuno que dan gratis los curas Conventuales en la calle Canelones y Gutiérrez Ruiz: café con leche y un pan calentito.
Luego salimos a pasear, a veces recorremos las Galerías y tiendas de 18 de Julio o nos vamos hasta el Paso Molino u Ocho de Octubre, si tenemos plata para el ómnibus, solo hasta el medio día en que nos venimos corriendo al comedor de la calle San Jose. En la tardecita, casi siempre nos vamos al Parque Rodo.
Adoro el parque, principalmente los fines de semana cuando se llena de gente, todos los juegos funcionando con sus luces de colores, los mil y un aromas de los perfumes que yo nunca he tenido, mirar la ropa de marca de las chiquilinas que van con sus padres y que siempre nos miran de reojo, a veces creo que, con miedo, no sé porque, si no les vamos a hacer nada.
Me tienta y me da hambre el olor a garrapiñada, los churros, la pizza o panchos y esa la música del ¨Mambo¨ que nunca para y me traslada a otro mundo.
Todo eso lo comencé a vivir y sentir al fugarme del hogar con algunas compañeras que siempre lo hicieron, ahora ya no tengo miedo, mis amigos me protegen, principalmente “El Cordobés”.
Me siento libre, sin nadie que me castigue, la violencia me aterroriza y paralizada me deja sin poder reaccionar.
Ya tengo doce años, mi cabello es castaño, lacio y largo hasta la cintura, los hombres me dicen cosas, principalmente dos milicos que andan siempre por el Parque Rodo que me repugnan, pero, aunque no les doy bola los veo siempre rondando por donde vamos con mi grupo.
Al Hogar Capurro entro cuando algún patrullero de la policía nos lleva y luego me vuelvo a escapar.
Tiene un espejo grandote en el baño, cuando todas las internadas duermen, paso tiempo mirándome en él, pero no piensen que me la creo, solo lo hago porque me desvelo…
Amo las joyas, las que tengo me las regaló una vecina de la casa de mi madre, que vive por la Gruta de Lourdes, es bagayera y me las fue dando por hacerle mandados al almacén.
Uso un anillo plateado, de los que se abren en el medio para poder ajustarlo vienen el dedo que me encanta, en la oreja izquierda tengo un aro plateado y en la derecha un triángulo dorado, me encantan …
Cuando era más chica viví un tiempo en un edificio que fue un Palacio que queda por las calles Rincón y 33, alguna vez que me escapé un rato cuando mi madre me dejaba sola, entonces recorría las calles de la Ciudad Vieja.
Un día llegue hasta el Mercado del Puerto y en uno de los tantos restoranes me quede mirando una de sus mesas, no sé porque, la ocupaban dos hombres grandes, al verme, uno de ellos con voz gruesa y alta me pregunta:
– ¿Tenes hambre nena?
– Si, les contesté como un suspiro, creí que se iban a burlar de mi o hacerme echar.
Pero, aunque no me crean, llamaron al mozo y ya parados por que se iban, le dijeron que me sirviera lo que quisiera, con un postre y un refresco.
– “Mañana arreglamos” le dijeron al mozo y se fueron.
El mozo me dijo que me sentara en otra mesa y me preguntó que quería comer, con vergüenza y alegría me sirvió la milanesa con papas fritas que le había pedido, fue la primera vez que comí en un restorán, es algo que nunca podré olvidar …
Mi vida es un enredo, viví poco tiempo con mi familia, aunque lo deseé con toda mi alma, pero con dolor yo misma tomé la decisión de separarme de ella…
Nací en Paysandú un 13 de octubre, a los tres años mi madre me ingreso en un Hogar Infantil de esa ciudad y a los cinco años, al venirse a Montevideo, me internó en el ¨Consejo del niño¨ junto a mi hermanita Verónica.
Una vez le pregunte porque lo había hecho y me dijo que en ese momento no tenían donde vivir…
A los seis años junto a Vero, nos llevaron a hogares sustitutos, no se imaginan lo que es vivir eso.
Gente desconocida que comienza a darte ordenes, escuelas nuevas y principalmente las diferencias que hacen cuando los que te cuidan tienen hijos, horrible.
Al principio mi madre nos visitaba, no se hacen una idea la alegría que sentíamos al verla llegar.
Siempre teníamos la ilusión de que nos venía a buscar, pero no, en esos momentos, el dolor te arañaba por dentro cuando la veíamos alejarse sola.
Nosotras quedábamos paraditas juntitas en la vereda saludándola con las manos hasta que la perdíamos de vista, alguna vez llegue a gritarle “mama te quiero mucho”, pero nunca volteo para mirarnos.
Veronica que era más chiquita nunca le dijo nada…
Luego de varias vueltas entre los hogares sustitutos y la casa de mi madre y ante los malos tratos recibidos, un día me fui solita al juzgado donde me escucharon. El Juez me hizo internar en el Hogar Capurro, lugar en el que me reencuentro con mi hermana Verónica a quién no veía desde hacía mucho tiempo.
En el Hogar me sentía bien al principio y me llevaba con todas las chiquilinas, excepto con una llamada Cristina que está reloca, pega, araña y muerde a cualquiera de las internadas.
Lo único que no me gusta era la escuela, soy media burra y tengo malas notas.
Mi hermana es muy inteligente y le va muy bien, a mí me gustaría ser como ella….
Me hice muy amiga de Valeria, ella era muy respetada por las internas, todas hacían lo que ella les decía.
Ella, junto con Azucena, Maria Beatriz, Maria de los Ángeles y Eloísa, me contaban sus aventuras cuando se fugaban del Hogar y de apoco me fueron convenciendo de hacerlo.
El mes pasado, creo que, en junio, junto con Valeria me fugue por primera vez.
Fue toda una aventura, estuvimos en la calle como diez días.
Fui detenida por la policía y tuve que ir a declarar al juzgado junto a Valeria y Maria de los Ángeles por un problema que tuvimos con el sinvergüenza de Peter, el fotógrafo que también siempre anda dando vueltas por el parque Rodó detrás nuestro.
Nos reingresaron al hogar y al otro día me volví a fugar, fue una mala idea.
En la noche durmiendo con mis amigos en la casa del pueblo, sentí un golpe espantoso en la puerta metálica del garaje, la que se abrió de golpe.
Entraron los dos policías del Parque Rodo con linternas en las manos y a los gritos.
Iban iluminando las caras de cada uno de nosotros, preguntando y repitiendo como locos:
– ¿Dónde está Paulina, donde esta Paulina…?
Cuando me encontraron, el policía al que le decían ¨el armenio¨ me agarró de los pelos y solo recuerdo que me arrastraba hacia la calle.
Estaba paralizada del susto, no podía gritar y la vista se me nubló.
Ya en la vereda, me levantaron y me llevaron a rastras en medio de la noche hacia un lugar desconocido.
No recuerdo nada más….
¿Qué buscan dos adultos una madrugada de julio en una niña tan linda, pequeña y libre, pero, esmirriada, famélica y abandonada que, lamentablemente, configura didácticamente la inopia entendida como la Indigencia, pobreza o escasez e inedia o abstinencia de alimento infantil…?
El domingo 22 de julio de 1990, Armando Carrasco, un viejo Marino devenido en pescador artesanal, a las 12.30 aproximadamente, se dirigía desde la costa del balneario Shangrilá, hacia su casa.
Venía del rancho de pescadores cortando camino por el monte de acacias.
Desembocó en la rambla y continuó su camino por la orilla sur de la misma en dirección a la calle Capri.
En un determinado momento su perro, fiel amigo y compañero comenzó a ladrar.
No podía ver donde estaba y como seguía ladrando ingreso con dificultad a las dunas de la playa.
Al llegar al lugar donde estaba el perro, pudo observar con asombro sobre la arena el cuerpo de una joven tirada boca abajo y con las manos atadas en la espalda.
Era Paulina.
Había sido violada y asesinada por asfixia…