Por Andrés Fredericksen
Este domingo 01 de enero de 2023 ha asumido la presidencia de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, más conocido como Lula da Silva o simplemente Lula, quien ha llegado al poder después de unas disputadas elecciones el pasado mes de octubre, con segunda vuelta incluida, cuando el líder progresista fue elegido en el principal cargo político del país con el 50,90 % de los votos frente al 49,10 % del exmandatario Jair Bolsonaro. La votación se alza como la más disputada en los últimos 37 años de democracia en el país, siendo el reflejo de la alta polarización existente en el gigante sudamericano.
Los marcos cognitivos impulsados en el debate político brasileño, han sido dados por la contienda y los vientos encontrados de los valores y las identidades dominantes en la sociedad, más allá del razonamiento analítico. Los denominados frames o marcos son estructuras mentales que le permiten al ser humano entender la realidad y, a veces, crear lo que entendemos por realidad. De esta forma, cuando se oye una palabra, se activa en el cerebro del individuo un marco, situación clave que permite entender, en parte, el túnel marcado por la fragmentación social existente en la actualidad en Brasil.
Los electores son seducidos por la emocionalidad y los políticos le hablan a las vísceras, a la emoción, a lo simbólico y no a la cabeza ni a la razón, pues como bien asegura Daniel Kahneman, psicólogo y premio Nobel de Economía, el proceso de toma de decisiones políticas está influenciado por un alto componente emocional, ya que este se ejecuta de forma rápida, intuitiva, automática; una acción-reacción inmediata que se traduce en el voto del elector.
Comprender el marco de debate de Bolsonaro
Ante esto el expresidente Jair Bolsonaro, un ultraderechista de 67 años, a lo largo de su carrera ha tenido el tiempo necesario para impulsar las divisiones dentro de la población, muchas veces amparado en la iglesia evangélica instaurada en el corazón de los barrios más pobres y vulnerables de Brasil, lugar idóneo para promulgar consignas más conservadoras vinculadas a su ideología y sentido de pertenencia de sus ciudadanos a un “algo” o “grupo”, al tiempo de advertir que el fantasma de la división social vuela por todos los rincones del país.
Bolsonaro, un excapitán del Ejército, ha activado un marco de debate en la población con frases incendiarias a colectivos minoritarios entre las que se cuentan palabras denigrantes hacia las mujeres, etnias indígenas, negros y miembros de la comunidad LGBT (Lesbianas, gays, bisexuales y trans), además de reivindicar –en nombre de la seguridad- la idea de expedir licencias de armas “para todos” y de hacer controvertidas afirmaciones en favor de la tortura y el fusilamiento, desatando los miedos en la comunidad por medio de la retórica discursiva instaurada en el “Nosotros” versus “Ellos”, además de naturalizar la semántica del odio. Está claro que Bolsonaro hizo fuego y llamas para ganar adherentes a toda costa, pasando a ser un expresidente esclavo de sus palabras.
Según el profesor emérito y científico cognitivo la Universidad de California en Berkeley, autor de Don’t Think of an Elephant!, George Lakoff, los populistas conservadores tienen la moralidad del padre estricto y una identidad basada en ella. De esta forma, se estructura en la mente del elector que los progresistas gais y lesbianas ponen en peligro a sus familias, al tiempo de que la seguridad nacional está amenazada por lo que “hay que luchar contra el enemigo sin reparar en el coste que suponga en vidas humanas o dinero”.
“El padre estricto es la autoridad moral de la familia; sabe diferenciar el bien del mal, es un individuo inherentemente moral y dirige a su familia. No se cuestionan la autoridad del padre ni sus decisiones. La obediencia al padre es un hecho moral; la desobediencia es inmoral”, afirma.
El caso de Lula
Por otra parte, el dirigente del Partido de los Trabajadores (PT), Lula, quien venció con una ventaja de poco más de 2,1 millones de votos, tiene en el horizonte de su programa de gobierno invertir en una educación pública de calidad con foco en las identidades y la diversidad, un tratamiento especial a los feminicidios y a los crímenes contra los jóvenes negros y la población LGBT.
En este contexto y siguiendo con la explicación de nos da Lakoff en su obra “No pienses en un elefante” en la política, Lula representa el modelo de los padres protectores.
“Los padres protectores tienen autoridad sin ser autoritarios. Establecen límites justos y razonables y los discuten con sus hijos. La obediencia nace del amor hacia los padres, y no del miedo al castigo. Entre los padres y los hijos se produce una comunicación abierta y respetuosa. Para legitimar su autoridad, los padres explican sus decisiones”, describe Lakoff.
Bajo este modelo la empatía, la responsabilidad con uno mismo y con la sociedad en su conjunto constituye la columna vertebral y los principales valores de la familia. De esta forma se hacen presentes en el discurso de Lula los principios de diversidad, dignidad humana y de bien común. La idea se representa en el electorado e imaginario colectivo por medio de una buena cobertura sanitaria, la educación, los alimentos y los sistemas sociales, ya que estos son necesarios para el bienestar de la “familia”.
Para entender la metáfora de los modelos de las familias y su aplicación a la política, hay que saber que ambos modelos no son excluyentes y que ambos conviven en nuestro interior ya sea de manera activa o pasiva. La clave está en impulsarlos por medio de argumentos de base establecidos en las retóricas discursivas de los liderazgos políticos.
Ambos modelos de discurso posicionados en dos líneas de fuego e impulsados por diferentes instituciones y canales de comunicación, han calado hondo en la sociedad brasileña despertando adherentes en uno y otro bando, al tiempo de sacar a flote los demonios que polarizan a Brasil. Muchos aclamando protección y mano dura ante fenómenos sociales como la delincuencia, el hambre o la pobreza extrema y otros abogando por la solución a los mismos problemas, pero desde una perspectiva diferente de integración y desarrollo, no tan radical ni autoritaria.
Lula tiene la gran misión de reencantar a la sociedad, al tiempo de hacer que las calles de los barrios de Brasil vuelvan a dialogar entre ellas, desde los habitantes del industrializado sur del territorio a los del empobrecido noreste, todo a fin de unir y dar un rayo de esperanza, empatía y responsabilidad social a decenas de millones de votantes que creen que el otro lado del espectro político es una amenaza para el país.
“No existen dos Brasiles. Somos un único país, un único pueblo, una gran nación”, ha dicho Lula.
Por Andrés Fredericksen @fredericksen_a
Experto en temas de neuropolítica y neuroeconomía
DEA del programa de doctorado en Ciencias Políticas y Sociología por la U. Pontificia de Salamanca, España.
Máster en neurociencias cognitivas aplicadas a la empresa por la U. Rey Juan Carlos de Madrid, España.