Refugiados sirios en Brasil no reciben viviendas ni ayuda estatal

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La siria Hanaa Nachawaty saluda a los clientes en una acera en Río donde ella y su familia de cinco personas venden aperitivos árabes Fernando Frazão/Agência Brasil
La siria Hanaa Nachawaty saluda a los clientes en una acera en Río donde ella y su familia de cinco personas venden aperitivos árabes Fernando Frazão/Agência Brasil
Con un amable Sallaam Aleikum (“la paz esté con vosotros” en árabe), la siria Hanaa Nachawaty saluda a los clientes en una acera en Río donde ella y su familia de cinco personas venden aperitivos árabes. Como la mayoría de los refugiados que llegaron a Brasil, alaban la acogida en el país, pero se enfrentan a dificultades para encontrar trabajo y vivienda permanente.
Hanaa dice que eligió el país por las facilidades para obtener asilo. Desde 2011, Brasil acogió a 2.077 refugiados sirios, el número más grande de América Latina. Sin embargo, a diferencia de lo que pasa en Europa, los refugiados que llegan a Brasil no reciben casa o ayuda financiera. Tienen que buscar todo.
En São Paulo, donde se encuentran el 65% de los sirios que llegaron al país, la Sociedad Benéfica Musulmana reconoce que el acceso a vivienda es difícil. Tanto es así que la entidad comenzó a servir alimentos a los refugiados, porque muchos no tenían ni siquiera donde cocinar.
Aline Thuller, coordinadora del Programa de Atención a Refugiados de Cáritas en Río de Janeiro, explica que muchos llegan a Brasil con las mismas expectativas de los que se fueron a Europa. Sin embargo, dice, los procedimientos en algunos países son lentos o exigen que las familias se queden confinadas en campos de detención, como en Francia. En Brasil, según Aline, la gran ventaja es la posibilidad de conseguir un trabajo.
Pronto llegue, el refugiado tiene derecho a registrarse en el Ministerio de Trabajo y Empleo, con los mismos derechos que los brasileños, como vacaciones, horas extras y aguinaldo. La posibilidad de trabajar, sin embargo, no les garantiza un empleo fácilmente. El nivel de formación de los sirios es alto, pero ellos no tienen documentos para comprobarlo. “Muchos terminan subempleados, dando clases de inglés o trabajando en servicios generales”, dice Aline.
Este es el caso de Armin Nachawaty, de 24 años, que estudió administración de hoteles en Siria, habla el inglés con fluidez, pero no logró obtener un empleo y prefiere vender comida árabe en las calles que lavar platos en restaurantes. Con un título en Letras, la siria Rabia Kafouzi, de 29 años, vive hace un año en Brasil y tampoco consiguió trabajo. Ella tiene dos hijas pequeñas y es su marido, que trabajaba con computadoras en Siria, quien mantiene a la familia, dando clases de inglés.
Aline Thuller sugiere que Brasil amplíe las políticas sociales para refugiados, no solo con la concesión de alquiler social por un período, sino también con la inserción de ellos en la cultura. “¿Cómo ingresarán a la universidad si no hablan el portugués y si nunca han tenido clases de historia de Brasil?”, pregunta. Ella señala que, sin embargo, a pesar de que hay casos de prejuicio, por lo general hay una coexistencia pacífica entre brasileños e inmigrantes sirios.
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