¿Qué culpa tiene el toro de que el niño quiera ser torero?

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Interpretación gráfica de José Luis Rondán
Interpretación gráfica de José Luis Rondán
La familia de Juanillo, que no sabía como contener las acciones iracundas del chaval, tuvo -al menos- una señal de algo que creyeron como una revelación positiva sobre lo que podría hacer el niño en su futuro.
Cuando les llamaron del colegio para anunciarles la expulsión de Juanillo, por haberle cortado la oreja a un compañero y clavarle además una navaja en la espalda a un profesor, la familia vio una luz al final del túnel; el niño tenía condiciones para ser torero.
Juanillo desde ese día contó con el respaldo de la familia y a toda hora del día y la noche se entrenaba con un capote y un cuchillo carnicero que hacía las veces de espada que clavaba en un viejo tonel de vino camuflado como toro.
Pero el niño, al avanzar en su adiestramiento, necesitaba un especímen que tuviera movimiento propio, que arremetiera para que el joven pudiera mostrar sus artes taurinas.
El piso donde vivía la familia no daba para tener un animal, por lo que con inventiva, se resolvió traer al abuelo que estaba ingresado en un centro de ancianos, para que hiciera las veces de un toro bravío.
Con precaución, cambiaron el cuchillo de carnicero por un espadín de material plástico para que el anciano no sufriera daños mayores. Eso indica la bondad de la familia.
El abuelo soportó solo dos semanas el papel de toro, ya que Juanillo pretendía entrenar noche y día sin descanso. En cierta oportunidad en que alguien olvidó cerrar la puerta donde le tenían encerrado, el hombre huyó despavorido y nadie supo más de él.
Esto generó un drama familiar: “el abuelo es un desagradecido, lo trajimos a vivir con nosotros y así nos paga; escapándose”, aseguró la madre de Juanillo.
Al chaval lo llevaron a una finca de toros bravos donde podría aprender con los mejores maestros, allí estuvo algún tiempo, conociendo de primera mano el arte de la lidia.
Pero cuando por primera vez le pusieron como prueba frente a un toro verdadero para cumplir la faena completa, creyó ver en los ojos del animal una súplica: “no me mates”. En ese instante todo cambió para Juanillo que se preguntó qué gloria había en matar a un animal que no pidió para estar en esa situación.
No dudó; arrojó al suelo el capote y salió presuroso del ruedo de pruebas.
Desde ese día comprendió muchas cosas y ya no es el Juanillo violento, ahora ve el mundo de otra forma más humana.
Y como cololario, dio un vuelco total a su vida, sabe que nunca podría ser torero; ahora preside una organización de protección a los animales y este cuento que comenzó como una narración de humor, finaliza como una historia de valor humano.
Paco Tilla