El grado cero de la escritura y Crítica y verdad, este último Barthes, lo publica para defenderse de las acusaciones que se hacían a su método. Estaba experimentando en su propio oficio de crítico literario la desaparición de ese mundo “perspectivista” y “burgués” cuya decadencia atestiguaba Benjamin, y señaló la imposibilidad del realismo que unos años atrás había defendido contra Camus: ya no es posible, decía, escribir como lo hicieron aún Balzac, Zola o Proust; ni siquiera son posibles ya “las malas novelas socialistas, pese a que sus descripciones se basan en una división social todavía existente”. En una palabra, ya no cabe imaginar el mundo proyectivamente, porque el mundo, como objeto literario, desborda por completo la perspectiva de un sujeto que querría dominarlo: “el saber deserta de la literatura, que ya no puede ser ni mimesis ni mathesis, sino sólo semiosis, aventura de lo imposible del lenguaje, en una palabra, texto”.
Barthes comenzó a publicar columnas a partir de 1954, a través de publicaciones emblemáticas de la época, empezando por uno de los focos reconocidos de esta nueva vanguardia, la revista Tel Quel.
Con un montaje ultra veloz de ironía, exactitud referencial y emoción subjetiva, su tema son las “actualidades” periodísticas, como el cerebro de Einstein, el strip-tease y el music-hall. Parte de un aserto contra el sentido común: la publicidad y los discursos públicos son mitos modernos y, por tanto, un habla despolitizada.
Barthes, en sus aparentemente desenfadadas Mitologías, 1957, practicaba el método de la etnografía, hasta entonces restringido a las llamadas “sociedades primitivas”, aplicándolo a los “mitos” de las sociedades posindustriales, intentando descubrir ese “texto” que, más allá de las divisiones clásicas y académicas, gobierna el funcionamiento de las divisiones clásicas y académicas, gobierna el funcionamiento de los ritos gastronómicos, de la publicidad automovilística, de la actualidad literaria o de la moda vestimentaria.
Fragmentos de un discurso amoroso, 1977, reveló a un exégeta atento a las vibraciones del alma, pero con la distancia típica de su inclusión de su autobiografía como pudorosa materia fenomenológica.
Semanas antes de su propio fin, durante el duelo por la muerte de su madre, se publicó La cámara lúcida, Nota sobre la fotografía, donde, como en ningún otro de sus ensayos, hizo un empleo masivo de la experiencia personal de la contemplación que le confrontaban con su deseo explícito de no convertirse en un “autor”. Como lector y como escritor le gustaban sobre todo los comienzos, y tenía terror a los finales, a la “última palabra”, le complacía “salirse por la tangente” del lenguaje directo. Esta obra fue reivindicada con devoción por la ensayista estadounidense Susan Sontag y hoy puesta en cuestión por el estudioso de las imágenes George Didi-Huberman.
En forma póstuma, el lector conocería los fragmentos reunidos en Incidentes, que completan el Barthes por Barthes y profundizan la intimidad y la introspección al narrar sus viajes por Marruecos.
También se publicó Diario de duelo, apto para ser leído con el contemporáneo La cámara lúcida, a modo de responso. Y por fin, sus tres excepcionales seminarios del College de France, La preparación de la novela, Cómo vivir juntos y Lo neutro.
Sus textos dejaron trazos de un nuevo aparato conceptual en las obras e influirían en toda una generación de críticos y cronistas culturales.
Daniela Arismendes
Editora de Cultura de ICN Diario