Comenzó su discurso presentando sus palabras como la voz del Obispo de Roma que habla en nombre del pueblo de Dios, y “es la voz de tantos pobres que forman parte de este pueblo y con dignidad buscan ganarse el pan con el sudor de su frente”. En este sentido el Papa insistió en que la Expo es una ocasión propicia para globalizar la solidaridad, y pidió que el lema de este encuentro no se quede sólo en un “tema”, sino que se piense en los rostros de los millones de personas que hoy tienen hambre y que hoy no comerán en modo digno, un modo digno de un ser humano. Quisiera que toda persona – a partir de hoy – toda persona que irá a visitar la Expo de Milán, atravesando aquellos maravillosos pabellones, pueda percibir la presencia de aquellos rostros. Una presencia escondida, pero que en realidad debe ser la verdadera protagonista del evento: los rostros de los hombres y de las mujeres que tienen hambre y que se enferman, e incluso mueren, por una alimentación demasiado carente o nociva.
La “paradoja de la abundancia” – expresión usada por San Juan Pablo II hablando precisamente a la FAO (Discurso a la I Conferencia sobre Nutrición, 1992) – persiste todavía, no obstante los esfuerzos realizados y algunos buenos resultados. También la Expo, de alguna manera, es parte de esta “paradoja de la abundancia”, si obedece a la cultura del derroche, del descarte, y no contribuye a un modelo de desarrollo equitativo y sostenible. Por lo tanto, hagamos que esta Expo sea ocasión de un cambio de mentalidad, para terminar de pensar que nuestras acciones cotidianas – en cada grado de responsabilidad – no tengan un impacto sobre la vida de quien, cerca o lejos, sufre el hambre. Pienso en tantos hombres y mujeres que sufren el hambre y especialmente en la multitud de niños que mueren de hambre en el mundo, dijo el Papa.