Este muro gris, triste y cargado de miserias dividió a Berlín durante casi tres décadas; recordemos que al finalizar la 2da Gran Guerra, los aliados Franceses, Ingleses y Americanos quedaron a cargo de una parte de Alemania, en tanto la otra parte quedó bajo la égida de los Soviéticos, pero en virtud de las diferencias ideológicas y de concepciones políticas, los soviéticos determinaron que su fracción de territorio pasaría a denominarse, República Democrática Alemana, RDA, mientras las otras tres partes se denominarían, República Federal Alemana, RFA, instalándose 81 pasos de fronteras entre ambas zonas de la ciudad.
Con el tiempo la población del lado soviético comenzó a emigrar hacia la RFA, más pujante, más floreciente, en busca de reencontrarse con amigos y familiares o en busca de nuevas oportunidades económicas, lo que llevó a las autoridades comunistas ante la creciente pérdida de población, a tomar la decisión de levantar una barrera que impidiera el paso de un sitio a otro, comenzando a hacerlo la noche del 12 de agosto de 1961. En una sola noche habían colocado 155 kms de alambradas, inicio del gran esquema de maldad y alienación humana tan elogiado por aquellas épocas por muchos países del mundo, incluidos lamentablemente, muchos de nuestra América del Sur, separando definitivamente a miles de personas que jamás volverían a verse, llevando muerte y congoja a las poblaciones separadas.
A los pocos días comenzó a levantarse un muro de ladrillos, haciendo más y más difícil el intentar evadirse, llegando con el tiempo a convertirse en un inmenso muro de cuatro metros de altura, en cuyo interior obraban cables de acero para hacerlo más resistente, y su parte superior fue conformada por una superficie semiesférica para evitar agarrarse a ella. A medida que éste se perfeccionaba, evidenciando el verdadero volumen de la porquería espiritual que lo provocaba, se creó la llamada *Franja de la Muerte*, conformada por un foso, una alambrada, una carretera por la que circulaban durante las 24 horas soldados armados y vehículos militares, provista de sistemas de alarmas, armas automáticas, torretas de vigilancia, patrullas con perros, etc. lo que hacían que soñar siquiera con la perdida libertad, fuera una utopía.
Hacia 1975, 43 kms de muro estaban acondicionados según lo determinado para la franja de la muerte, mientras el resto estaba protegido por vallas y guardias armados.
Durante los años 1961 a 1989, más de 5000 personas intentaron desprenderse de las garras ensangrentadas del águila de la República Democrática, siendo detenidas y encarceladas más de 3000, alcanzando su cometido en el regazo de la muerte, unas 100 personas, siendo la última el 5 de febrero de 1989.
Hacia el 9 de noviembre de 1989 las autoridades comunistas permitieron el paso hacia el Oeste; el sistema se caía a pedazos y la fuerza incontenible de las masas ansiosas de aire puro, pudieron más que las barras de acero, los alambres de púas, la metralla, el miedo, o las mentes abyectas.
El día 10 de noviembre comenzaron a abrirse las primeras brechas en las paredes inmundas de la malvada barrera, comenzando allí, ante la mirada atónita de un sistema malévolo, la cuenta regresiva de una construcción que jamás debió existir.
El ser humano es afecto a construir barreras cuando no logra comprender, cuando no atina a resolver, cuando le es imposible compartir. Unas son de sólido material, tal cual la muralla China,o las extensas vallas fronterizas en EE.UU. o las vallas de seguridad o de la segregación, según sea el caso, erigidas en Israel, en el entendido de que si no veo, no existe; otras son espirituales, muchas veces de un material que por etéreo, por invisible, se hace indestructible y suele requerirse de muchísimos años para que se diluya, quedando profundos vestigios que ni aun el paso de las generaciones logra eliminar.
Al igual que con los pueblos, ocurre con las personas, siendo muy difícil en no pocos casos, tanto en unos como en otros, congeniar intereses, atemperar ánimos, lograr consensos.
Cuantas veces bastaría para derribar las aparentemente sólidas barreras, un gracias, un perdóname, una mirada, un sencillo roce de piel que diga que estamos ahí, presentes.
Un beso, un abrazo, una palabra contenida a tiempo o un simple apretón de manos, suelen ser herramientas perfectas para derribar los muros del encono, de la soberbia, de la ira, de la indiferencia, del rencor, y a veces, mágicamente, el de la estupidez.
La tolerancia, la comprensión, la voluntad manifiesta puesta al servicio de un buen relacionamiento entre los seres humanos, son los certificados que dicen de nuestra maestría en la construcción de convivencia, por ello es fundamental tomar en cuenta que para levantar muros entre hombres, se necesitan dos, uno de cada lado, cada quien afirmando el bloque que justifica sus aparentes razones, sin percatarse que la gente, cuando una persona se enrosca públicamente en una discusión con un tonto, con un necio o con un ignorante, por lo general no sabe quién es quién y suele confundirlos.
La sociedad nos lleva a levantar muros, altas vallas culturales entre ricos y pobres, entre cultos e ignorantes, entre razas, religiones, sitios donde hemos nacido o por los empleos que desempeñamos.
La sociedad nos predispone y nos transforma en guerreros de nuestras causas, en fornidos albañiles de los muros que nos identifican, haciéndonos orgullosos constructores de los altos cercos que así como nos separan de los diferentes, nos limitan en nuestras acciones, haciendo que la mente se marchite, languidezca y casi muera por no poder cruzar ya el alto muro que de protector se volvió en cárcel, que de separador, se volvió en claustro, dejándonos solos, ya que con el tiempo nuestros iguales, por la dinámica de la vida, irán levantando sus propios muros al creerse diferentes a nosotros y entendiendo necesario alejarse, colocando en medio una pared gris, sólida y tan odiosa, como el muro de la vergüenza de cuya caída estrepitosa, celebramos 25 años.
Quien dedique su vida a derribar muros y con ese material se aboque con amor a construir puentes de amor, fraternidad y comprensión, se habrá ganado el sagrado derecho a cruzarlos una y otra vez.
José Luis Rondán
Taller de Arte “La Guarida” del artista plástico José L. Rondán
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