Siempre que uno pregunta por una dirección, quien ha de informarnos, nos indicará como llegar, tomando como referencia la calle principal, un boulevard, una ruta que figure en los planos o en el GPS o alguna señal que nos ahorre tiempo en la llegada, que evite que andemos de un sitio a otro sin poder dar con el destino buscado. Jamás nuestro guía nos dirá que tomemos un camino de tierra, polvoriento y en mal estado; un camino que aunque nos evite kilómetros, no esté bien iluminado o sea de dudosa seguridad para el viajero. Siempre se nos indicará, tal cual lo haríamos nosotros con alguien que nos consultara, que sigamos la vía más iluminada, más transitada, mejor señalizada, etc.
El ser humano ha sido educado desde la primera infancia, en los caminos de seguridad, en las sendas donde arriesgar no fuera la premisa, en las veredas donde la seguridad que ella ofrecía, llevara paz y armonía a los mayores.
Hace poco, mientras hacíamos el Triángulo de Piria con Mario y Gabriel, tema del cual he hablado ya en ediciones anteriores de ICN, nuestra enquistada idiosincrasia nos llevaba por las rutas pre establecidas, por donde las señales fluorescentes nos indicaban desde donde girar hasta los kilómetros a recorrer, cubriéndonos con el manto de la aparente certeza, hasta que de pronto y casi al unísono, los tres optamos por ingresar a esos caminos secundarios, a esas sendas en apariencia grises que surgen a los lados y que por no tener carteles que digan de ellas, la gente piensa que no te lleva a ningún lado, y tanto es así, que si a la distancia logras ver a alguien caminando solo por ese camino, con seguridad pensarás que no va a ninguna parte o que simplemente en el primer recodo, ya fuera del alcance de la vista, habrá de diluirse para siempre; así son los caminos secundarios, parecen, pero no son. El haberlos seguido durante el periplo al que me refiero, nos llevó a ver y descubrir elementos de relevancia para el cometido del Camino místico al cual hago referencia y que a los tres, y a cada uno desde su predisposición y necesidades espirituales, nos aportó elementos que de una manera o de otra, nos hicieron crecer como peregrinos de la vida primero, y del camino del Triángulo de Piria, después.
El ser humano está educado para seguir reglas, para transitar por los caminos culturalmente establecidos, y que por ser tales, deberían conducirlo necesariamente a algún sitio más o menos pre establecido, pues hasta allí llegó el abuelo y el papá y es el camino de los hermanos, por ende, tendría que ser el suyo, y mucho le costará el desvío, el tomar por otra senda que no sea la delimitada desde su niñez.
Los caminos secundarios son aquellos a los que miramos de reojo cuando vamos por la ruta y mientras controlamos el tránsito y la velocidad, nos dejamos llevar por el misterio que el conlleva; ¿A dónde irá a parar? ¿Cuál será su destino? ¿Dónde nacerá o dónde morirá ese camino insignificante que ha llamado mi atención?…
Estamos educados para un determinado período de estudios, para la realización de una carrera, para la conformación de una pareja y los hijos dentro de ella; estamos educados para una vida generada dentro de determinada estructura social, sin la cual, quedamos un poco por fuera de los planes que dicha comunidad ha diseñado desde la primera hora para nosotros.
Obviamente la dinámica social permite que tales concepciones varíen, se disloquen de vez en cuando, posibilitando nuevos caminos, nuevas veredas, construidas desde distintas ópticas. He ahí las revoluciones, las corrientes sociales y políticas, los nuevos vientos, como suele decirse; he ahí las modas, los procesos de aculturamiento que hacen que las costumbres de unos pueblos se muevan, transmigren a horcajadas de los emigrantes voluntarios o forzados, transformando la forma de ser y de vivir de algunos pueblos y provocando que caminos hasta ayer secundarios, se vuelvan hoy, grandes avenidas iluminadas y muy transitadas.
En definitiva, el detenerse de vez en cuando, dar marcha atrás o directamente desviarse en una esquina desconocida para encaminarnos por un sendero polvoriento y en penumbras, por un camino demasiado angosto, pedregoso o cruzado por alguna peligrosa cañada mal señalizada, si bien conlleva sus riesgos, pone a sacudir la adrenalina, nos quita de la somnolencia en la que la prolongada rutina nos ha sumido y nos hace sentir que estamos vivos; que aunque nos resguardemos en un ámbito de aparente seguridad, cuando la hora sea dada, el tren del destino estará en el andén respectivo, esperando por nosotros y al subir a él, lo importante debiera ser el saber íntimamente que a lo largo de nuestra existencia, hemos hecho lo correcto, que hemos jugado las cartas necesarias sin el temor de que nuestro oponente en el juego, pudiera superarnos.
Así es la vida, ante los caminos secundarios, el optar por transitarlos no debe sumirnos en la angustia que produce la incertidumbre, sino por el contrario, debe acompañarnos el sentimiento de que hemos sido libres para optar, para equivocarnos y sobre todo para discernir con la inteligencia y determinación del ser humano seguro de sí mismo; transformando en el esfuerzo, ese camino angosto y árido, insignificante para muchos, en la más amplia y segura avenida para mí.
Que la paz interior y la armonía te acompañen en el periplo al que tus pies, guiados por el corazón, te lleven, y no olvides que si hay caminos secundarios, es porque desde siempre, alguien se atrevió a transitar por ellos.
José Luis Rondán
Taller de Arte “La Guarida” del artista plástico José L. Rondán
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