El año 2012 del mundo occidental llega a su fin, un nuevo año cierra su ciclo y con él las ansias generadas por un probable fin del mundo, también la decepción por no haber podido concretar el largo anhelo de ver la largamente programada hecatombe; trajinado tema del cual se ha hablado desde hace décadas, atiborrando cerebros y espíritus de información más o menos cierta, de información más o menos válida, de opciones para la vida del día después, o de confort para la resignación y la paz ante lo inevitable.
Sectas, religiones, grupos de diferentes orígenes han alzado las banderas de la catástrofe, de la eliminación de la humanidad, del incendio generalizado, de la extinción del planeta y con él la raza humana. Corrientes filosóficas, profecías, interpretaciones de antiguos escritos, teorías, meditaciones grupales, peregrinaciones, etc. han venido a llenar bibliotecas con elementos para la construcción de hipótesis, de interpretaciones que nos posicionaran de una u otra manera frente a las distintas corrientes.
La biblia del cristianismo nos regaló a Ajenjo, elemento que hizo que durante siglos la humanidad mirara al firmamento con la desconfianza propia del que no sabe de dónde vendrá el golpe, de donde provendrá la lluvia de fuego que nos extermine por designio de un dios de odio y no de amor. Los Gnósticos nos aportaron junto a otras corrientes a Hercobolus, quien en su magnificencia y proveniente de la constelación de Orión, nos traería muerte y eliminación absoluta. Las interpretaciones Mayas de mano de estudiosos y eruditos y valiéndose de unas pocas estelas encontradas en la selva, de las pocas más o menos reconocibles después del pasaje asolador de los primeros españoles, nos hicieron conocer a Pacal Votán, el viejo maestro de Palenque quien a través del desarrollo sucesivo de bactunes y katunes trazaba un infalible calendario, donde el 21. 12. 12, el planeta cerraría finalmente su ciclo sideral…
Por fortuna no todo era destrucción, desolación, muerte y angustias; los ancianos de Mam aseveraron que el hombre blanco era un neófito en el tema, que no sabía nada de nada de las interpretaciones de los antiguos calendarios mayas y que el verdadero significado había que buscarlo siguiendo otros caminos, proponiendo senderos espirituales, que hablaban de amor, de armonía, de elevación, y que decían de una nueva era abierta a la humanidad, donde solo trascenderían aquellas ideas de gran raigambre, ideas sustentadas en las tradiciones, revestidas de seriedad y que por su estructura ofrecieran a los hombres el cobijo, la contención necesarias para un verdadero, para un auténtico crecimiento de su templo interior.
A veces concebimos la destrucción del planeta desde una óptica absolutista, espontánea, donde en un instante estamos y al siguiente somos recuerdos en el Universo, pero si nos detenemos unos instantes podremos apreciar que éste viene llevando adelante una notable lucha por su supervivencia, respondiéndole al ser humano por sus desmanes, por sus excesos, por su gran avidez por deforestar o envenenar, por su gran irresponsabilidad y falta de compromiso con su única plataforma en el espacio inconmensurable, con las formidables herramientas con que cuenta, la Naturaleza implacable.
Tsunamis, movimientos telúricos, desbordes de las aguas, volcanes en erupción, calentamiento global, derretimiento de los hielos eternos, etc. He ahí la destrucción de la que hablamos, la tan mentada eliminación de la cual tanto se ha dicho y tanto se ha anunciado.
Para que mirar al firmamento ansiosamente, aguardando lo peor; no ya para disfrutar nuestra hermosa luna o la miríada de estrellas que noche a noche nos regalan un desfile interminable de iridiscentes lucecitas, sino para ser privilegiados testigos del dedo acusador del dios eterno, que muy enojado nos volverá polvo sideral.
Para que mirar al espacio cercano y lejano tratando de escrutarlo, de entenderlo, si aún no hemos comprendido el planeta que nuestras manos se afanan en destrozar.
El ser humano, creyéndose el ombligo del Universo ha procurado auto convencerse que el elemento a destruir es el planeta, su planeta, sin percatarse que lo que éste está haciendo, es sacudirse la molestia que implicamos.
Somos pequeñísimos seres molestos en la piel rugosa de esta tierra pletórica de vida, que nos vio surgir, que nos dio sustento, abrigo y posibilidades de crecimiento y a la cual maltratamos sin miramientos y la que más temprano que tarde nos quitará del medio tal cual ocurrió con los seres más poderosos que la habitaron, los dinosaurios.
Lo que está llamado a la desaparición no es el planeta, sino las especies vivas que lo habitamos.
Si la vida de este planeta tuviera una extensión de un día de veinticuatro horas, el ser humano habría estado en ella no más de veinte minutos, con el terrible resultado que en los últimos cincuenta años la hemos destrozado más que todas las civilizaciones juntas que nos antecedieron.
Así están dadas las cosas, estamos llamados a ser partícipes de eventos trascendentales como el de crecer y ser espíritus iluminados que vivíamos en armonía con los demás seres con que compartimos el planeta o prepararnos para la degradación inevitable hasta la extinción de la especie, con los sufrimientos que ello irremediablemente traerá aparejado. Tal vez ese sea el precio por permitirnos ser tan pequeños, tan minúsculos, tan insignificantes en un Universo de gigantes.
Sabido es que nuestra especie atesora infinidad de espíritus evolucionados, grandes, luminosos e iluminados a los que debemos seguir, a los que debemos escuchar e imitar, pero también los hay de los otros, espíritus mutilados, degradados, egoístas y sobre todo, en un mundo material como el que nos ha tocado en suerte vivir, espíritus vistosos, llamativos, tentadores, en apariencia cargados de energía, en apariencia bellos, los cuales como arteros depredadores, aguardarán con paciencia a los incautos que cayendo en sus manos sirvan más tarde a sus propósitos.
Amigos míos levantemos la copa de la esperanza, de la fuerza, de la poderosa reunión de los que buscamos la luz interior, la armonía verdadera; la copa de los que añoramos en el nuevo año no solo a ser portadores de la lux sino ser lux en nosotros mismos. Tarea nada fácil, más no imposible, ya que al arribar al final, más allá de lo que pueda o no ocurrir, tendremos que enfrentarnos a nosotros mismos, seremos nuestro propio juez y ahí sabremos si es ese el mejor o el peor de los momentos de nuestra existencia.
¡Feliz año 2013!
José Luis Rondán
Taller de Arte “La Guarida” del artista plástico José L. Rondán
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